By: Enovating Lab
Actualidad / Jon Azua
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«El mundo e industria de la salud exige abordar su revolución pendiente. Pide a gritos una transformación radical orientada a la generación de valor en salud. El sistema cuenta con una positiva valoración y percepción ciudadana y se encuentra ante una oportunidad única para su flexibilización, mejora y redefinición de nuevos horizontes».
Jon Azua, presidente de EnovatingLab comparte en el blog de BeConfluence sus reflexiones sobre el papel de la salud y su necesaria transformación.
La fatídica pandemia vivida, aún instalados por un tiempo todavía indeterminado en la convivencia COVID-NO COVID, ha puesto en el centro de la atención la salud y, a la vez, ha generado un falso dilema confrontando su importancia y carácter prioritario con la gestión de un “cierre” de la actividad económica o su reapertura, el simplificado recurso a identificar el refuerzo del sistema sanitario en términos de un mayor presupuesto y su consideración aislada como cuestión de política ministerial que no de gobierno-país, y mando único (se supone que eficiente y generoso) contrario a un sistema en red, «egoísta y no alineado con la unidad», impuesta desde Moncloa, en palabras del presidente Sánchez.
Hoy, superado el periodo de alarma y de máximo confinamiento, cobra especial relevancia la preocupación por la recuperación, reconstrucción o reinvención económica y social, según la intensidad y plazo en el que se pretenda intervenir. En todo caso, un largo espacio de endeudamiento exigente de un compromiso intergeneracional, alertas sucesivas en términos de empleo, sucesión de ganadores y perdedores (personas, empresas, industrias, países…), la inevitabilidad de responder a debilidades e insuficiencias del pasado con una estrategia multidisciplinaria al servicio de una potencial transformación radical atendiendo al grado de responsabilidad, de esfuerzo-sacrificio, de compromiso y de actitud que la población en general, los ciudadanos en particular, los diferentes gobiernos y las empresas, estemos dispuestos a recorrer. Sin embargo, más allá de solemnes discursos y llamamiento a afrontar el futuro con coraje, responsabilidad y asunción de riesgos en la incertidumbre, parece que una vez más, dejaremos las apuestas estratégicas en los cajones y hemerotecas. El reconocimiento a la enorme aportación de valor del personal al servicio de la salud, de iniciativas ciudadanas de apoyo en los ámbitos socio sanitario y comunitario, bloquea la inevitable transición hacia nuevos planteamientos en el ámbito de la salud. Antes del COVID 19, durante y después del mismo, se requería y requieren cambios radicales ya que el incrementalismo de mejora lineal de los últimos tiempos, aportando resultados relevantes, ni responde al valor en salud esperable, ni optimiza el uso de recursos, ni facilita el clima y espacio necesarios para la incorporación del conocimiento, capacidades, talento, procesos necesarios para un sinfín de estrategias colaborativas, tejido de alianzas y nuevos perfiles personales, profesionales, empresariales y de gobernanza, además de financieros y presupuestarios, que configurarían el espacio exitoso esperable.
Parecería que, como en otras ocasiones post crisis, las reflexiones e intenciones en transitar hacia nuevos escenarios transformadores, se limitan a pequeñas iniciativas de inmediatez, evitando adentrarnos en la complejidad e incertidumbre que una apuesta de largo plazo, como esta, exige. Centrados en la salud, observamos una actitud de rápida huida hacia adelante, reforzando el sector público sanitario existente dotándole de ingresos presupuestarios extraordinarios (generalmente pensando en transferencias europeas) destinados a incrementar salarios a funcionarios, nuevas contrataciones (se supone que bajo el paraguas de las tradicionales oposiciones para puestos de trabajo “de por vida” ocupando los mismos empleos y tareas pre existentes en el sistema sanitario tradicional), algún plan de inversiones en infraestructura sanitaria fija (más ladrillo similar al actual), en “reservas estratégicas para equipos de protección individual”, bajo esquemas de aprovisionamiento de inventarios locales, bajo el único “indicador de control” situado en el % de gasto sanitario respecto del PIB, y una aparente prisa por recuperar (sustraer) competencias en materia de salud pública por parte de una Administración central que, ansiosa por trasladar a la opinión pública la sensación de descoordinación o falta de respuestas eficientes por la ausencia de un organismo centralizador con el envoltorio de una futurible “Agencia de salud” en Madrid, garantizara el conocimiento, gestión y dominio de cualquier previsible nueva situación crítica o pandémica. Mensaje acompañado de promesas de dotaciones presupuestarias adicionales, pareciendo darse por bueno que todo gasto en el sector es “bueno por definición”, con un preocupante mensaje que pretende transmitir que el sistema no pasa por su capacidad cualitativa de mejora, que el futuro no será sino una proyección del pasado y que no es tiempo de “complicarnos” la vida a la búsqueda de nuevos diseños, afrontar desafíos y asumir el hecho de que transformar un sistema con visión de un futuro cambiante y distinto no implica una valoración negativa del sistema vigente. Todo lo contrario, las fortalezas del sistema en curso posibilitan acometer un reto de máxima relevancia, que, desgraciadamente, no está al alcance de todos.
Sin embargo, el mundo e “industria” de la salud exige abordar su revolución pendiente. Pide a gritos una transformación radical orientada a la generación de valor en salud, así como a la interacción, imprescindible, con nuevos jugadores, que desde terceras industrias, tecnologías disruptivas, modelos de negocio, nuevas competencias y capacidades, diferentes profesiones como consecuencia de nuevas necesidades y demandas con la consecuente formación diferenciada, bajo nuevos sistemas de pago y mecanismos incentivadores y con la interdisciplinariedad necesaria, posibiliten la aplicación de procesos y conocimientos innovadores, líneas colaborativas de investigación aplicadas y poderosos modelos y profesionales de gestión, al amparo de una rigurosa evaluación de múltiples tecnologías, fármacos, tratamientos y soluciones. El sistema goza de buena salud, cuenta con una positiva valoración y percepción ciudadana y se encuentra ante una oportunidad única para su flexibilización, mejora y redefinición de nuevos horizontes, anticipando un futuro distinto en el que, de hecho, ya estamos instalados en sus primeras fases y luces.
La salud, por si alguien lo dudaba, ni empieza ni termina en la asistencia sanitaria (mucho menos en exclusiva en el hospital o en la ausencia de enfermedad), sino que requiere una concepción integrada que incorpore, en mayor medida, una sólida intervención sociosanitaria y una considerable movilización de activos comunitarios para la salud. Esta visión y actuación convergente demanda una completa transformación de las estructuras de gobernanza del pasado. De igual manera, el sistema de salud no es un macrosistema de salud de titularidad y acción pública excluyente, sino de un sistema integral e integrado público-privado. Sistema alejado de temores ante la denunciable “privatización de la salud”, a la vez que alternativa a una deliberada e inmovilista defensa excluyente de la funcionarización como bien supremo. Reforzar y garantizar una salud universal, como derecho subjetivo, y el acceso real a la misma, de máxima calidad y seguridad, a lo largo de toda la vida, no implica, necesariamente, proyectar el pasado o el hoy sin contemplar un futuro cambiante. Proteger y poner en valor a sus profesionales no es sinónimo de rígida burocracia y funcionarización ni de centralizar decisiones alejadas de las demandas reales de las personas a atender.
La salud, además, puede y debe, en mi opinión, jugar un rol conductor de la economía, de la innovación, de la tecnología, de la ciencia… hacia una estrategia de desarrollo inclusivo, mitigador de la desigualdad, favorecedora de la generación de empleo, riqueza y bienestar. La complejidad del nuevo mundo de la salud requiere tejer un sinnúmero de alianzas estratégicas entre diferentes capacidades y jugadores, alianzas públicas-públicas y público-privadas, en coopetencia. Es tiempo de afrontar la clusterización organizada de la salud e incorporarla como uno de los pilares clave, también, en la transformación de la industria del país. Reconstruir el deficiente aparato productivo, transitar hacia revoluciones pendientes en términos de economía verde, acelerar procesos innovadores, fomentar un sistema ciencia-tecnología-empresa, digitalizar la economía y los servicios públicos requeridos por la sociedad y, sobre todo, hacerlo de manera competitiva, solidaria, y sostenible es también una contribución a la salud y, sobre todo, si se procura buscar la mayor incardinación posible entre las diferentes demandas de las ciencias de la salud, la economía y la sociedad. Adicionalmente, hoy, Europa nos brinda una extraordinaria excusa para disponer de recursos inmediatos, pagables de manera intergeneracional, para anticipar ese futuro distinto y mejor. Un nuevo panorama de recursos que exigirán, como contrapartida, proyectos finalistas con nombre y apellidos, colaborativos entre agentes de diferentes disciplinas y Estados Miembro. No será un fondo de libre uso para tapar agujeros o incrementar un gasto público que, tarde o temprano, la sociedad ha de devolver. Un nuevo mundo de la salud está en nuestras manos. Y ese mundo no será posible desde una idea única diseñada en un gabinete alejado del usuario-paciente, de la creatividad de profesionales, de la experiencia de los diferentes sistemas (sanidad, servicios y bienestar social, educativos, tecnológicos, emprendedores, innovadores…) ni , mucho menos, desde modelos que no demuestren confianza en competencias de autogobierno con voluntad, responsabilidad, y resultados demostrables.
El dolor y, sobre todo, la memoria y homenaje a los fallecidos y a quienes se han esforzado en dar respuesta a tan grave situación, merece un esfuerzo esencial, no de paños calientes, sino de ruptura creativa para transitar hacia un nuevo espacio de futuro. La “industria” y “mundo” de la salud es una necesidad, es una oportunidad, es la oferta de un estado de bienestar y de desarrollo inclusivo. Transitemos un nuevo camino de co-creación de valor compartido empresa-sociedad que aporte verdadero valor convergente en salud, en bienestar social y en desarrollo económico. Solo podremos hacerlo con el concurso decidido de los profesionales del sistema, de sus dirigentes y gobernantes y de la demanda rigurosa e incentivadora de la sociedad. En nuestro horizonte, un compromiso compartido para co-crear, entre todos sus actores, un sistema de salud de futuro.